Son pocas las veces que la verdad asoma por tu puerta y te asombra con un sentimiento nuevo, parecido a un soplo de aire fresco en una noche de verano. Pero cuando lo hace es de agradecerse.
Puede que los meses de 2012 grabaran en mi un nuevo carácter, la ausencia de alcohol en sangre reavivara mis neuronas pero el caso es que en un momento he comprendido temores del pasado, rencores del presente y males del futuro.
Aunque no ha sido difícil de entender si lo ha sido de procesar. Demasiadas ideas han venido a mi cabeza sin orden ni concierto y mi tiempo me ha llevado encontrar el hilo de la costura de mis ideas. Una vez hecho, solo he tenido que tirar levemente de la costura, el saco ha caído y con él se ha llevado un peso. Un peso pesado. De esos que por la noche te cae sobre los ojos y no te los deja cerrar. De los que te tiene en vigilia y en el candor del sueño se cuela y se hace notar.
Cuando te acostumbras a esa falta de peso, la vida de repente se hace más llevadera. Es como lavar tu cabeza de ideas estúpidas y preocupaciones como cuando llevas al tiente tu abrigo favorito, una sensación difícilmente explicable.