Tenemos heridas. Heridas que son testigo de nuestra vida, de nuestro pasado. Heridas que cuando nos las hicieron eran tremendamente dolorosas, pero cuando cicatrizan dejan de doler y se limitan a estar ahí.
Pero un día, por algún motivo, pasa algo que nos recuerda que están ahí y que nos dolieron terriblemente. Entonces decidimos protegernos, poner gasas y más gasas que la protejan y que evitan que alguien las pueda abrir de nuevo. Pero a veces no sirve de nada protegerse, a veces la vida nos la vuelve a abrir y duelen otra vez, casi tanto como al principio, incluso más.
Cuándo se nos vuelvan a abrir y nos duelan, ¿Tenemos derecho a quejarnos o ya nos quejamos cuando se abrieron y por eso deberíamos no quejarnos, simplemente aprender y aguantar el dolor?
En mi opinión no tenemos derecho a quejarnos, por mucho que nos duela, por mucha sal que nos echen en la herida deberíamos haber aprendido del pasado. Aprendido a cerrarlas bien y no dejar que se vuelvan abrir... pero es muy difícil, tal vez imposible. Además aparecerán nuevas heridas que no habíamos visto antes y que ocuparán toda nuestra atención para ser curadas y las viejas heridas, las antiguas cicatrices seguirán ahí, molestándonos, incordiándonos, supurando...
Al que dijo sana sana culito de rana si no sanas hoy sanarás mañana deberían darle una paliza.
Bailando el coconut para no pensar.
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