Puede ser que el calor del verano me reblandezca el cerebro y me haga pensar más lento. Puede ser que al no tener la rutina de pensar todos los días al igual que durante el curso haga que discurrir me cueste más. El caso es que me siento pesado, como en un largo letargo, en un descanso que no corresponde con la epoca ni con mi estado anímico.
Después de 15 días perdido entre animales, plantas y scout vuelvo a la ciudad. A una ciudad a la que siento que no pertenezco. Me cuesta retomar el ritmo y las costumbres de una pequeña ciudad plagada de coches, gente y tiendas. Me cuesta levantarme por la mañana y no ver tiendas de campaña, sentir el alvoroto de la gente que corre a lavarse la cara por la mañana, las vacas pastando tan cerca de ti que casi parece una de esas peliculas que hablan del pasado. Pero creo que es normal. Vivir entre los extremos no es bueno.
También puede ser que le eche la culpa de la ansiedad a ese cambio y no al cambio que realmente me preocupa. Cambio de grupo. Descubro a gente nueva, nuevas formas de trabajar, nuevos scout. Pero dejo atrás una historia de 12 años. Tal vez sea una historia de amor porque para enamorarse no es necesario enamorarse de otra persona, tal vez solo sea necesario enamorarse de algo. Se acaban doce años intensos. De idas y venidas. Alegrias, ilusiones, desilusiones, amistad, aprendizaje. Se acabo. Es hora de empezar de cero. Ha llegado el cambio. Ha llegado el momento de explorar. Y aunque tenga el frontal en la cabeza dispuesto a darme luz para seguir en el camino no puedo dejar de mirar atrás. A ese sitio dónde ya he estado y donde hay luz. No tengo que ponerla yo. Pero estoy seguro que alla donde voy hay luz. Hay gente que me ayudará a seguir. Que me hará ser feliz.
Pero seguiré añorando a mi familia, a la que no dejo atrás, a la que mantengo a mi lado.
Caminando por nuevos bosques.
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