martes, 2 de junio de 2009

Walking in my shoes

Me duelen los pies.

Camino en otros zapatos. Me los pongo aunque me queden grandes o pequeños. Me los pongo y ando un kilometro con ellos. No me importa de quien sean. No me importa el daño que me hagan. No me importa levantarme con los pies llenos de llagas y heridas si sé que se las he evitado a alguien. Me gusta andar con zapatos que no son los mios porque sé que eso ayuda al dueño a llevar su carga mejor. Ponerme sus zapatos es ayudarles.

Hay dos clases de zapatos. Los que me pongo porque me los ofrecen, y solo los uso de vez en cuando, cuando me lo piden o lo necesitan. Y los zapatos que me gusta ponerme. Son zapatos que uso toda la vida, que nunca me hicieron herida y que me sientan bien. A cuyos propietarios les dejo mis zapatos para que caminen un kilometro aunque no me gusta que los usen por si se les resienten los pies. Usos su zapatos con comodida, casí por costumbre, no me hacen daño.
Pero de vez en cuando uno de esos zapatos me hace una ampolla, que me duele y hace que no quiera andar más con ellos. Pero espero y la ampolla desaparece. Aunque se crean otras nuevas y acaban hiriendóme los pies.
Entonces le ofrezco a su propietario mi par pero los rechaza porque está muy ocupado con otros zapatos y no puede ponerse los mios. Y yo sigo llevando los suyos que cada vez hace que me sangren más los pies.
Llega el momento en el que el dolor se hace inguantable y me quito los zapatos, ya no ando más con esos zapatos por un tiempo. Hasta que cicatrizan mis heridas y soy capaz de seguir caminando. Pero siguen quedando cicatrices que no sé si dejarán que pueda andar bien el resto del camino. Pero seguiré intentándolo porque cuando me pongo unos zapatos me gustan y ya no los puedo dejar.

Poniendome tiritas para ponerme los mismos zapatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario